Déficit de atención vs conducta de falta de atención

La atención es “el mecanismo implicado directamente en la activación y el funcionamiento de los procesos u operaciones de selección, distribución y mantenimiento de la actividad psicológica” (García Sevilla, 1997).
La atención guarda gran relación con la percepción y la memoria de trabajo y aunque suelen evaluarse conjuntamente, no son exactamente lo mismo.

El mecanismo atencional sería abordable desde cuatro características:

  Amplitud: la cantidad de estímulos a los que se puede atender al mismo tiempo.
 
  Oscilamiento: la capacidad de mantenimiento atencional y respuesta.
 
  Intensidad: la capacidad de mantenimiento atencional y respuesta.
 
  Tipo de control: el equilibrio entre el control automático y el control voluntario del mecanismo atencional.
 
La atención es uno de los aspectos neurocognitivos más susceptibles a la maduración. La función del mecanismo atencional no termina de estar consolidada hasta los 16 años o más.

El mecanismo de atención es susceptible de evaluación desde:

  Respuestas neurofisiológicas: generadas por el sistema nervioso.
 
  Respuestas cognitivas: en tareas de rendimiento o de laboratorio.
 
–  Respuestas motoras: la valoración que hacen otros de nuestras conductas atencionales.
 
  Respuestas subjetivas: nuestra propia experiencia de “estar atento/despistado”.
 
Muchas veces se ha evaluado la atención atendiendo a las respuestas motoras, evaluadas a través de cuestionarios, registros de observación y respuestas subjetivas (autoinformes/autorregistros).
 
Las puntuaciones obtenidas nos dan una medida global y grosera de la atención, sin excesivas posibilidades de diferenciar las diferentes características del mecanismo e incluso, con posibilidades de confusión.
 
Hace aproximadamente dos décadas, gracias a los trabajos pioneros de Virginia Douglas, se llegó a la idea de que era necesario tender puentes entre la investigación básica y la aplicada y especialmente mejorar la conceptualización clínica de los déficits de atención que, en general, había sido muy débil.
 
Por todo ello, existe una debilidad clínica de la conceptualización de la alteración atencional: ¿Es lo mismo un déficit de atención que una conducta de falta de atención?
 
Si basamos nuestra evaluación en respuestas motoras podemos tener dificultades para diferenciarlo. Incluso si los hacemos basándonos en respuestas cognitivas, con tareas donde el mecanismo atencional no está bien definido, podemos seguir con problemas.
 
La presencia de un déficit atencional en una persona debe suponer una disfunción generalizada en uno o más de los mecanismos de amplitud, oscilamiento, intensidad y control propios de la actividad atencional derivados de factores neurológicos y cognitivos.
 
La gravedad del déficit depende del número de mecanismos afectados y del grado de afectación de cada uno.
 
Las conductas de falta de atención, aunque puedan ser similares a las del déficit atencional, no tienen una causa estrictamente neurocognitiva sino que presentan:
 
Una naturaleza evolutiva/intelectual: la tarea o situación es demasiado compleja para el nivel de desarrollo de la persona.
 
 Organísmica: déficits sensoriales, enfermedades, factores motivacionales, características temperamentales, factores transitorios como el sueño, hambre, estrés…
 
 Ambiental: características físicas de los estímulos, de la tarea, de la situación, distractores, etc.
 
En resumen, el déficit de atención conlleva cierta cronicidad. A pesar de que manipulando aspectos evolutivos, orgasnísmicos o ambientales podemos atenuarlo tiende a estar presente en tareas que claramente requieren para su ejecución el mecanismo/s atencional/es afectado/s.
 
Las conductas de falta de atención, por su parte, son más globales, transitorias y variables y no se reflejan tan claramente en tareas específicas de medida atencional.

Por todo lo comentado, un proceso de evaluación ideal de detección de un déficit atencional infantil implicaría:

1)  El análisis del tipo de conductas de falta de atención que se han detectado mediante entrevistas o escalas para padres y maestros o registros de observación para el niño.
 
2)  Analizar si están presentes variables organísmicas (problemas visuales o auditivos) o externas (falta de motivación, ambiente poco apropiados…)
 
3)  Tener en cuenta la edad del niño y evaluar su nivel de desarrollo, con especial atención al desarrollo de la inteligencia o a las capacidades más específicas de procesamiento de la información.
 
4)  Es necesario utilizar tareas de laboratorio atencionales específicas de amplitud o intensidad e incluso pruebas de neuroimagen.
 
Con toda esta información el clínico tiene muchas más posibilidades de definir la presencia de un auténtico déficit atencional, diferenciado de un estado de conducta de falta de atención.
 
En caso de déficit de atención el proceso continúa y se complementa con los otros criterios diagnósticos que, se dan en casos de TDAH o dificultades de aprendizaje.

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